domingo, 22 de diciembre de 2013

Cuento de Navidad: La soledad sonora


Se despertó y todo estaba en penumbra. Fue a encender la luz. El interruptor no le hizo caso. Habían cortado el suministro y no se acordaba.

Una punzada le atravesó la carne, desde el corazón hasta la boca del estómago, como una puñalada fría, calculada, certera. A duras penas se incorporó de la cama. A tientas avanzó unos pasos hacia la ventana, abriéndola.

La soledad sonora de la ciudad le abofeteó el rostro, con todos sus pequeños ruidos. Una moto pasó lejana, y el ruido fue decreciendo.

Se quedó mirando hacia la calle. La gente venía con sus compras, los niños brincaban alegres. Cerró y se dejó caer sobre el colchón. Sólo quería dormir. Volver a ese estado de inconsciencia donde el dolor no podía entrar.

Su mujer empezaba a gritar a lo lejos. Veinte años de matrimonio. Veinte años de soledad. La soledad sonora.

La música de un centro comercial empezó a sonar. La soledad sonora otra vez. El tic tac de un reloj marcaba un tiempo que ya no era suyo. Era Navidad y la nieve caía sobre todas las tumbas y todas las cosas, como el poema de Joyce. Anudó un pañuelo a un saliente y se ahorcó.

Mientras se balanceaba escuchó como su último estertor se fundía con la soledad sonora. Se dibujó una sombra en un resquicio. Era una pequeña mancha en forma de cruz. Una despedida, quizás. No la vio.