Si hay algo que se parezca más a la estructura de una mafia, sin ser del todo ilegal aunque se descubra de vez en cuando algún que otro 'tejemaneje', es la política. Aquellos que no hablan de oídas, sino que han estado en contacto con los entresijos de las cúpulas de los partidos -o que son lo suficientemente inteligentes para verlo- saben que tal afirmación es totalmente cierta, y que sus miembros difieren muy poco en sus formas de actuar con la de los clanes citados. Detallar sus movimientos y semejanzas se me antoja baladí, y aunque la gran mayoría de los ciudadanos reafirma lo expuesto, lo cierto es que en el fondo estos últimos creen que se equivocan, y que a los políticos, al final, lo único que les mueve es el altruismo. Ingenuos ellos en su desesperado intento por no ver lo evidente. Diré más. Los partidos son todavía más peligrosos que 'los otros', toda vez que sus equivocaciones no las pagan unos pocos en forma de tiro en la cabeza, sino la gran mayoría a modo de privaciones y sufrimientos, una lenta agonía ante la que muchos hacen la vista gorda. Nada saben de lealtades, y sí de intereses propios. Así son los políticos de ahora. Los que están en el centro del meollo se apoyan los unos en los otros para no ser tragados por los remolinos que generan sus propias mentiras. Las lealtades interesadas son sus salvavidas, y al que se sale de guión o ya no interesa, lo matan simplemente con el olvido. Ese olvido hacia quienes les depositaron su voto, lo reparten también desde el poder a todo ese mal llamado pueblo, que nada puede hacer sino autoengañarse una y otra vez, en un afán suicida por taparle los ojos a esa certeza que les asalta cada día cuando saben de sus andanzas, y ven como todas las promesas caen en el profundo pozo de la desesperanza, desde donde los elegidos, eso sí, beben ávidamente sin saciarse nunca.
La política lo domina todo. Es el poder absoluto. Sólo están supeditados por la gran banca, aunque ésta no podría a su vez resoplar de satisfacción sin hacerlo al alimón con los anteriores. Para poder saber lo que es el poder, en todas sus manifestaciones, poder participar de él aunque sea de refilón, -si logras alguna vez entrar en su círculo- tienes que tener un padrino político. Si no, no hay manera. Pertenecerás siempre al bando de los perdedores, y nunca sabrás lo que es la dolce vita. A menos que seas funcionario, claro.
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Hace 2 semanas