No oía ni los pasos que se alejaban,
no oída nada, sólo el descompasado latir de su corazón intoxicado.
Todos se habían ido. Soñó con otro país, otra gente, otra vida,
pero despertó y seguía en el mismo y asqueroso sitio, el suyo.
Se levantó de la cama y buscó dinero
para cigarrillos. No había un céntimo. Deseaba fumar más que nada
en el mundo, pero no podía. Se asomó a la terraza y se tiró. Cayó
diez pisos más abajo. Su corto vuelo fue el camino más largo hacia
su liberación. Su sangre se mezcló con una colilla.
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