La banda terrorista Eta ha golpeado hace apenas diez horas a la capital veraniega de la monarquía constitucional, desafiando las medidas de seguridad que en estas fechas extreman en estos lares las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de Estado. Y lo ha hecho en el centro neurálgico del turismo, a pleno día, sembrando el caos y el terror, sin importarle un ápice que Palmanova -situada en el término mallorquín de Calvià- bulla en estos días con miles de británicos en sus calles. Eran cerca de las dos de la tarde cuando una bomba lapa hacía explosión en los bajos de un Nissan Patrol de la Guardia Civil, matando en el acto a sus dos ocupantes, dos jóvenes agentes. Milagrosamente en la zona, muy concurrida, no ha habido que lamentar más víctimas.
Pretendían hacer lo propio apenas unos metros más allá, en unas viejas instalaciones de un cuartel de la Benemérita hoy semi abandonado, aunque en esta ocasión la bomba ha sido localizada antes de que alguien encendiera el motor del vehículo aparcado en sus cercanías, y activara la mortífera carga. El golpe, sin embargo, ha sido doble: por un lado se han cargado la imagen de que Mallorca era invulnerable con su Mediterráneo a modo de escudo y, por otra, han averiado
sine die el motor económico de esta isla: el turismo. Renqueante como ya estaba por los avatares de la crisis y la amenaza de la pandemia de la Gripe A, el atentado acaba de dar la puntilla final.
Va ser muy difícil reparar el daño psicológico, remontar una temporada que este agosto en ciernes se presentaba ya aciaga para el sector y, lo que es peor, ha puesto en solfa, una vez más, el error de la política antiterrorista aplicada por Zapatero tras su fracasado intento de diálogo con la banda. Sus reiteradas mentiras tras la explosión en la madrileña terminal aeroportuaria T4 -tras haber anunciado el cese de las negociaciones cuando en esas fechas aún se mantenían los contactos- vienen a sumarse a su larga lista de despropósitos y errores, aunque no fue esa más que otra piedra angular sobre la que resbala un proceso irreversible en el que nadie vislumbra solución alguna.
Eta, desalojada de sus áreas de poder en el País Vasco tras el bipartido PP-PSOE, está rabiosa. Ilegalizados sus partidos satélites, sin poder arrimarse ya a la sombra del PNV cuando la cosa está que arde, descubiertos antes de poder amparse en los vericuetos del Parlamento Europeo en Estrasburgo, no les queda otra que seguir azuzando el fuego del independentismo allí donde más duele.
Esta tarde el miedo flotaba en Palma, en sus alrededores, en cada rincón. Los controles policiales por doquier nos han recordado a todos lo vulnerables que somos, lo mal que van las cosas en este pobre país, lo inútiles que son nuestros políticos y la certeza, una vez más, de que si no estuviéramos en la Unión Europea España sería otro corralito argentino.
Así no se puede seguir. El desmembramiento del mal llamado Estado de Derecho es harto evidente, y urge cambiar de dirección para tratar de aplastar con firmeza todas estas lacras que nos llevan a la deriva hacia el desastre más absoluto.
Lo malo, al menos en lo que atañe al terrorismo, es que es imposible luchar contra el peor enemigo al que uno puede enfrentarse: una idea. No tiene entidad, es abstracta, no se la puede asir y ahogar y, por lo tanto, es invencible. Siempre resurgirá desde las pantanosas ciénagas en que chapotean políticos sin escrúpulos,
esa gentuza a la que sin ambages calificaba no hace mucho el escritor Pérez Reverte para escándalo de pocos y aplauso de muchos.
Mallorca también está herida de muerte.