viernes, 10 de julio de 2009

A SAN FERMÍN LO DECAPITARON

En el lamentable guión que desarrolla el pueblo español en sus más arraigadas fiestas populares, ya desde el medioevo, existe siempre hueco para que los animales interpreten un decadente papel como obligados comparsas. Con el sufrimiento de éstos últimos emerge una inmisericordia atávica cuyos abalorios son la incultura y la crueldad más descarnada, lo que ayuda a que la película sobre la historia de este país esté aún más teñida de sangre.
Las fiestas de San Fermín son claro ejemplo de ello, mal que les pese a algunos, empeñados como están en que esta tradición navarra -por mor de un díscolo santo decapitado en el siglo III- sea ejemplo de concordia y buen hacer. Nada más lejos de la realidad.
A mí todo lo que tenga que ver con el padecimiento de cuadrúpedos, bípedos, palmípedos o demás seres de la naturaleza de distinta clasificación y condición, enmarcados fuera de la especie humana, -y algunas veces dentro de ella- me espeluzna. Hace escasamente unas horas un toro, llamado Capuchino, ha matado de una cornada en el cuello a un madrileño de 27 años que corría delante de los morlacos y que ha tenido la mala suerte de caer en el sitio más inoportuno. En el telediario de la Sexta, que no he tenido más remedio que ver porque a esa hora en que me sentaba no había otra opción, han presentado al causante del fallecimiento como a un "animal ávido de sangre", en otro alarde de estupidez informativa por cierto muy acorde con los tiempos que ahora vivimos en España, y en donde desde luego no hay lugar para discrepar de todo lo que tenga que ver con colectivos, masas, y mucho menos contra aquellos que rigen su comportamiento bajo la batuta de un proguesismo ideológico que ha sido impuesto a fuego por la izquierda más recalcitrante. Aunque no sea este último caso paradigma de lo expuesto a modo de coletilla, sí es cierto que tal apreciación viene al pelo para rubricar lo subrayado al principio del post. Y es que siempre hace falta un apuntador por si a alguien se le ocurre pensar por sí mismo.
Las fiestas de San Fermín, al menos en lo que se refiere al tema de los toros corriendo asustados por las calles, son de juzgado de guardia. Por mucho que Hemingway se empeñara en su día en verle su lado poético medio trompa, a mí no me cuela que tal celebración haya de convertirse por narices en algo que deba ser respetado y venerado. Hasta aquí podríamos llegar. Ya está bien de tanta tomadura de pelo y tanta tontería. Al menos, con el fútbol, ese deporte donde se pone también de relieve lo estúpida que puede llegar a ser la gente, los aficionados no mueren medio decapitados y los animales no sufren. Bueno, algunos sí...los aficionados del equipo perdedor.

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