La cosa está que arde. Los comedores sociales que atienden a los más necesitados se llenan por momentos en Palma, y no hay quién lo pare. No dan más de sí. A pesar de que el Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales (IMAS) incorporó recientemente cuatro nuevos centros con una capacidad para 250 plazas, que se sumaron al de la calle Patronato Obrero -para otras 50 personas en riesgo de exclusión social- las alarmas se han disparado.
Basta darse una vuelta por cualquiera de los lugares de ayuda, desde el citado, pasando por Ca l'Ardiaca, Sa Placeta, o centro Turmeda, y acabando en Casa de Familia, para darse cuenta de la situación. Las familias atraviesan sus puertas derivadas desde los Servicios Sociales de turno, mientras otras se quedan plantadas en ellas porque han olvidado algún mero trámite burocrático que no entiende de estómagos vacíos.
Según el presidente del IMAS, Jaume Garau, y el regidor de Bienestar Social del consistorio palmesano, Eberhard Grosske, los españoles son los que más acuden a por su ración diaria, seguidos muy de cerca por nigerianos y marroquíes. El 54 por ciento de ellos tiene menos de 40 años de edad. Patético y revelador.
Mientras tanto sigue en Baleares el éxodo a sus países de origen de los inmigrantes extracomunitarios que se han acogido al Plan de Abono anticipado de Prestación a Extranjeros (APRE), o al Programa de Retorno Voluntario, ambos gestionados por el INEM y por Cruz Roja. Desde el pasado año hasta el primer semestre de éste, un total de 637 personas acuciadas por la crisis decidieron marcharse. Haciendo el cálculo es de recibo afirmar que de esta manera al acabar 2010 la cifra casi habrá alcanzado el millar. La mayoría de los que regresaron eran latinoamericanos, principalmente argentinos y bolivianos. Conviene no olvidar que en su momento engrosaron las arcas de la Seguridad Social, sirviendo sus cotizaciones para pagar las pensiones.
Estas islas, en donde uno de cada tres nacidos lo fue de madre extranjera en 2009, son fiel reflejo de la angustiosa situación que se vive a nivel nacional. Somos punteros y estamos en el ránking de todas las calamidades habidas y por haber. Sólo nos queda el turismo estacional; de momento. La crisis la sufren los que vienen allende fronteras, del mismo territorio estatal o los residentes 'de toda la vida'. Y la cosa va a peor. Si uno se pasea por Palma no hay día en que nos encontremos con alguna tienda que ha echado el cierre, -algunas de ellas centenarias-, con alguna familia que deambula desorientada haciendo rocambolescos cálculos sobre cómo llegar a fin de mes, con algún amigo ojeroso que no sabe qué hacer para salir adelante ya que no sabe catalán, o con algún indigente tumbado en un banco.
La crisis ha sacudido sin piedad los cimientos en los que se sustentaban muchos de ellos, habiendo sido sobre todo el sector de la construcción el más castigado como ya se sabe, igual que un motor que hubiera dejado de funcionar repentinamente dejando en la cuneta al más pintado. A todo ello, el cierre continuado de empresas ha hecho tambalearse de paso al sector servicios, el más productivo, del que hasta ahora se derivaban la gran mayoría de trabajos en el archipiélago. Como paradoja a esto último la concejala de Urbanismo del Ayuntamiento de Palma, Yolanda Garví, afirmó recientemente que este año ha crecido el número de expedientes de licencias de actividad tramitados por Cort en relación a la apertura de negocios en Palma. ¿Y dónde están todos estos emprendedores? ¿En un comedor social?
Publicado en Planeta Latino
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