Desde que la alcaldesa de Palma y su equipo de Gobierno irrumpieron en Cort, todo ha sido un paripé de cuidado. Tras quedar en evidencia en febrero del pasado año después de la forzada salida de los dos ediles de UM, la cosa ha ido a peor, yendo a tornarse sus carrillos de forma paulatina del mismo tinte que distingue al carril bici, valga la pseudo redundancia.
Su gestión, que figura entre las peor valoradas de España a decir del último estudio del Monitor Empresarial de Reputación Corporativa, ha sido nefasta para propios y extraños. Las quejas vecinales, -la más sonada protagonizada por comerciantes y vecinos de s’Arenal y Llucmajor a raíz del controvertido Plan de Reconversión Integral de la Platja de Palma-, sus constantes meteduras de pata, véase el follón montado el mes pasado tras romperse el acuerdo municipal sobre la peatonización de la calle Blanquerna, le llevan ahora a comparecer en un pleno extraordinario que le hará subir aún más si cabe los colores. La convocatoria por parte del PP para plantear su reprobación, será el colofón para Aina Calvo, que se ha saltado a la torera la presentación de un proyecto presupuestario para este año.
Desde el burladero del Consistorio asisten así los ciudadanos a este cúmulo de despropósitos con hastío y desencanto, mientras la ciudad duerme rodeada de comercios cerrados, y verjas echadas con graffitis a modo de sello. Es el nuevo paisaje gris que se ha ido dibujando imperceptiblemente, donde sucumben viejos kioskos de prensa, centenarias tiendas, colmados de toda la vida y, por qué no decirlo, todas las ilusiones.
La única vez que he visto en persona a la protagonista de estas líneas fue a principios del verano de 2009. Ocurrió en la antigua calle palmesana Mirador de Bahía, mientras asistía a la inauguración de la nueva nomenclatura: calle Jean Batten. Lo que sentí entonces levantó a mi alrededor virutas de humo, y no por el calor, que sí por un sentimiento de culpabilidad apabullante. Ese callejón sin salida iba a llevar el nombre de una neozelandesa, pionera del mundo de la aviación. Y todo era en parte por mi culpa. Los vecinos echaban pestes por el cambio, mientras yo evocaba la primera redacción de lo que ahora es el periódico El Mundo, la misma desde donde lancé en los años ochenta la primicia de que Batten había sido arrojada a la fosa común del cementerio de Palma, tras haber muerto ya anciana a consecuencia de una mordedura de perro en Cala Major. La Interpol había cerrado años antes una ardua labor de búsqueda sobre su persona.
La anécdota salpica ahora la memoria en medio de un desértico panorama, como si quisiera convertirse en un espejismo donde pudieran saciarse anhelos y sueños.
Publicado en El Digital de Baleares
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