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Cuando la desesperanza echa ahora el resto por querer borrar hasta la
memoria de millones de personas, en un magnánimo deseo de que no
sucumban ante el abismo de su propia negación, tan sólo cabe esperar que
el viento susurre de pronto algún antónimo imposible. Aquellos que
saben que están vivos únicamente porque ese sentimiento les ahoga cada
mañana, esos que luchan por olvidar todo lo que un día tuvieron y que
hoy ha desaparecido, se dejan hacer, igual que si fueran niños que no se
atreven a llorar por miedo a ser castigados. Ya saben que los
horizontes son hoy meros espejismos dibujados por políticos sin
escrúpulos, vanas líneas en un paisaje desolador que trazan las manos de
la desidia, en el marco de un país derrotado, sobre los márgenes del
lienzo de los despropósitos, mientras todos combaten por encontrar un
hueco en el cuadro. Sólo el olvido les puede ayudar; por eso hasta
agradecen que muchos de sus amigos de antaño cambien de acera cuando les
ven, o que no les contesten ni a sus mensajes, o que no les cojan el
teléfono. Es mejor así. La distancia hace brotar a veces en las tierras
del repudio metafóricos árboles donde poder hallar cobijo del abrasador
sol del ultraje. Ahora muchos de ellos se fijan mucho más en los
mendigos que rebuscan entre la basura, en los bregados desheredados, en
aquellos a los que antes les dedicaban si acaso una breve mirada de
soslayo. Pasan a su lado como queriendo aprender algo, por si acaso les
llega el turno y tienen que tomarles el relevo. Y a los otros, a los que
se afanan por no llegar tarde a sus trabajos, les dedican un pequeño
homenaje no exento de envidia, deseándoles suerte, y que la desesperanza
no les eche también su resto para quererles borrar hasta la memoria.
Hace frío. Vuelve súbita la noche sobre las sombras y las cosas,
levantando a su paso todos los lamentos del mundo, y el día sueña en
otros hemisferios con el eco de su luz añorada. Las malas noticias,
mientras tanto, siguen naciendo cada mañana en los periódicos, yendo a
morir en los ojos de los parados. Ahí se quedan, tatuadas, todas las
letras de la apatía y el desencanto.
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