Me lo dice susurrante un inocente mendigo que extiende a mi paso la mano. Sé de quién es el verso, ahora suyo, y me digo que algunos somos en el fondo una misma voz: Una vibración en sintonía con el atávico diapasón que suavemente golpeó nuestro latir. A otros, sin embargo, les marcó otro ritmo al nacer. Son los de la carne con ojos y poco más. Los que controlan nuestro devenir, los que nos han deglutido en un insaciable apetito y que, con el inevitable sonido que emana tras su feliz digestión, hacen inaudible esa voz que se ha ido tornando en apenas un murmullo. Muchos nos hemos acercado a ellos incluso sin haber sido llamados, no sin luego arrepentirnos, asustados ante la aparente indiferencia existencial, buscando amparo. Mas sólo hemos encontrado en ese aparente refugio más soledad si cabe, más certeza de lo nuestro, hartazgo y frío desprecio. No importa.
En mi largo devenir profesional me he encontrado con esa masa amorfa no en pocas ocasiones. En demasía he dejado que respiraran sobre mi espíritu a cambio de un sueldo, unas palmadas o unas promesas jamás cumplidas. La mayoría de los periodistas somos, o hemos sido -por qué no decirlo- simples marionetas del Poder. Negarlo es baladí empeño, o ignorancia sin excusa.
Habrá quien me pregunte: ¿Y quién no es un mero comparsa? ¡Eres un ingenuo! El dinero es lo único que nos nace libres y, si no se tiene, no hay más remedio que tragar…
Y yo le respondo que sí, que puede que tenga razón, aunque los periodistas tenemos una doble obligación moral que en ningún caso puede solapar la más elemental: Aquella en la que se sustentan los valores que emanan de un claro compromiso vital, que aunque no rubricado en contrato alguno, sí está sellado en nuestros más nobles principios: Nuestro deber para con la sociedad. La otra es endeble, y se sustenta tan sólo en un agradecimiento abstracto sobre quien deposita sobre nosotros su contaminada confianza.
El orden piramidal que conforma este sistema en el que nos movemos es inalterable, aunque ahora sí a lugar para las primeras fisuras…Las nuevas tecnologías, a qué negarlo, han jugado en ello un papel fundamental, dando voz sin rienda a quienes hasta hace poco se desgañitaban inútilmente. Las redes sociales se convierten así en cauces por donde discurre todo el remolino que ya socava ese impune edificio.
Pero esta certeza puede ser sólo un espejismo donde se dibuja, empero, la sospecha de otra farsa aún mayor que se agazapa en las mismas sombras que proyectan los de la carne con ojos. Hacer creer a la gente que la libertad está en su mano es quizás la forma más sutil, pero más firme, de afianzar su esclavitud. Ojalá me equivoque.
Desde las nuevas atalayas que nos quedan debemos estar por tanto vigilantes y prestos. Sólo así podremos recomponer el orden que los políticos han ido resquebrajando en su caótica confabulación, y dibujar con trazo firme un nuevo esquema donde esa mentada voz haga confluir, de nuevo, todos los versos del mundo y todos los anhelos.
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